En la consulta del psicólogo profundo es habitual encontrar personas que no comprendan su modo de actuar. No entienden por qué, si ellos quieren comportarse de una cierta manera ante una situación, reaccionan de forma totalmente diferente. Si, por ejemplo, desean ser comprensivos, tolerantes y eficaces en la resolución de un conflicto con su pareja, actúan sin embargo con intransigencia e incluso con vehemencia. Este fenómeno, por lo general, se experimenta como una falta de control sobre las propias acciones. Comentarios del tipo “hago daño a la gente que quiero y no lo puedo evitar”, “me gustaría que no me importase lo que piensen de mí, pero no puedo”, “quiero ser distinto” o “así es como soy”, son bastante frecuentes.
¿Por qué a veces no actuamos como queremos? ¿Qué fuerza invisible y misteriosa nos arrastra inevitablemente a comportarnos al revés de como nos gustaría? La respuesta está en los complejos.
Los complejos son pautas de conducta automáticas inconscientes. Estas pautas se activan frente a un estímulo. Por ejemplo, supongamos que cada vez que alguien se enfada conmigo, yo me bloqueo y soy incapaz de decir nada. Es una pauta que no puedo controlar, salta automáticamente y transcurre por sí sola. A mí me encantaría reaccionar de otra manera, ya que no me hace sentir nada bien el callarme, pero hay algo en mi interior que me lo impide. Lo que “me sale” naturalmente es bloquearme. Algunas personas describen estos complejos como grilletes que no les dejan avanzar o como piedras pesadas que llevan en una mochila, que les impiden ser como son en realidad y les complican la vida.
Popularmente se habla de alguien acomplejado como una persona que no se valora y que es complicada. Pero lo que normalmente se desconoce es que también existen los complejos positivos. Pensemos por ejemplo en conducir un coche, hablar un idioma o reaccionar positivamente frente a un conflicto. Son pautas inconscientes que transcurren por sí solas, no es necesario pensar en ellas cada vez que las hacemos, y nos hacen la vida más fácil. Los complejos positivos son fundamentales para nuestra vida. Si no se grabasen esas pautas en el inconsciente, cada día tendríamos que volver a aprender a hablar, a conducir, etc…Los complejos positivos proporcionan solidez, firmeza y estructura al ser humano. Normalmente se dice de una persona que tiene complejos positivos, que tiene buenos hábitos o buenas costumbres.
Los complejos se crean a través de la repetición y el hábito. Se repite tantas veces la misma pauta, que al final funciona sola y podemos confiar en que la podemos hacer hasta con los ojos cerrados. Normalmente, los complejos se empiezan a crear en la infancia. Por eso es tan importante la educación en la formación de la personalidad del ser humano, y por eso también es habitual que en el proceso psicoterapéutico haya que regresar a la infancia para corregir estas pautas. Allí fue donde comenzaron y a partir de ahí se fueron fortaleciendo a lo largo de los años a través de la repetición.
Existen cuatro tipos de complejos principales que explicaré brevemente: el complejo de madre, el complejo de padre, el complejo de inferioridad y el complejo de culpa.
El complejo de madre tiene relación con cómo satisface una persona sus propias necesidades o las de los demás. Las personas con un complejo negativo de madre esperan de los demás que les solucionen sus problemas. Piensan que la pareja, el amigo o el Estado son los que tienen que sacarles las castañas del fuego. Otro aspecto del complejo negativo de madre se ve en las personas que “hacen de más” por los otros. No pueden evitar solucionar los problemas de otros. Se cargan de más y finalmente se dejan de ocupar de sí mismos. Esto es especialmente dañino en el ámbito de la educación. Si hacemos por el niño lo que puede hacer por él mismo, impedimos que se haga independiente y generamos en él un complejo negativo de madre, es decir, le enseñamos el hábito de que los demás le hagan las cosas.
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El complejo de padre tiene relación con cómo nos desenvolvemos frente a la opinión dominante. Un complejo negativo de padre se muestra por ejemplo en alguien que piense constantemente: ¿qué pensará la gente si hago esto o lo otro? La actuación está limitada por lo que piense la autoridad dominante, la persona necesita estar de acuerdo con lo que piense el padre, el jefe, el cura o simplemente la mayoría. En casos extremos, incluso puede llegar a carecer de una opinión propia. Otro aspecto del complejo negativo de padre consiste en que la persona trata de imponer sus opiniones a los demás, y no acepta que haya opiniones diferentes a la suya.
[divider style=»empty» margin_top=»20px» margin_bottom=»20px»]El complejo de inferioridad tiene relación con cómo nos valoramos a nosotros mismos y a los demás. Frente a una tarea o un proyecto, una persona automáticamente piensa: “no soy capaz”, “los demás sí pueden pero yo no” o “nunca lo conseguiré”. También se puede mostrar en que alguien no valore objetivamente sus capacidades y afronte tareas que le superen, o en no ser capaz de valorar las capacidades de los demás.
[divider style=»empty» margin_top=»20px» margin_bottom=»20px»]El complejo de culpa tiene relación con cómo afronta uno sus errores. Una persona con complejo negativo de culpa se siente culpable por todo lo que hace, o bien no es capaz de reconocer que ha cometido un error y subsanarlo. Por ejemplo, frente a una crítica constructiva y correcta, se pone a la defensiva y justifica el error en vez de repararlo. Existen culpas reales que hay que enmendar, y culpas falsas que pueden mantener a un ser humano aprisionado.
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Todos estos complejos que he descrito son estructuras firmes que se alojan en el inconsciente. Esto significa que funcionan inconscientemente, es decir, por un lado son autónomas y por otro no solemos ser conscientes de que actuamos así. Uno de los trabajos fundamentales y básicos del análisis de la psicología profunda es la elaboración de los complejos. Esto significa, en primer lugar, detectar los complejos negativos para posteriormente transformarlos en positivos. La psicología profunda conoce el inconsciente y sus leyes. A través de esos conocimientos, podemos deshacer las pautas automáticas que nos dificultan la vida y dotar a la persona de una estructura firme que vaya a favor de su esencia y su desarrollo.
Todo el mundo necesita tener esta estructura interior que funcione bien y en la que pueda confiar. La construcción de esta estructura es una tarea fundamental para la felicidad y el desarrollo del ser humano. Grandes psicólogos profundos como Carl Gustav Jung o Walter Odermatt afirman que es una tarea esencial que en la que debe trabajarse especialmente en la tercera fase de la vida, es decir entre los 24 y los 36 años aproximadamente. El fracaso en esta tarea, es una de las causas fundamentales de la llamada crisis de la mediana edad o crisis de los cuarenta. Lo que guía la vida de estas personas son sus complejos negativos, y esto provoca una gran desorientación. Les gustaría ir en una dirección, pero sus complejos negativos les dirigen por el camino contrario. Es como luchar contra una fuerte marea que proviene de nuestro interior y que boicotea nuestra cotidianeidad.
Para tener una personalidad estructurada es imprescindible que en el inconsciente tengamos complejos positivos. Es necesario que nuestras reacciones automáticas nos ayuden a satisfacer nuestras necesidades auténticas, a expresar y defender nuestras opiniones con respeto, a valorar objetivamente nuestras capacidades y las de los demás, y a vivir una relación sana con nuestros errores y con los de los demás. Los cuatro complejos principales son los cuatro pilares sobre los que se sostiene ese gran edificio que es nuestra personalidad.
© Sacha Criado Damez